Quien tenga hijas se podrá imaginar más crudamente el horror. En dos lugares de Andalucía (Baena e Isla Cristina) se han producido en pocos días dos casos de violación múltiple que me han dejado sin habla. Son hechos que te golpean contra las cuerdas de la reflexión y de la responsabilidad. ¿Qué mundo estamos construyendo?
Dos chicas de trece años (una de ellas con discapacidad psíquica) han sido violadas por chicos de 12, 13, 14 años a plena luz del día. No quiero entrar en los detalles de ambos hechos, tan próximos en el tiempo, en la geografía y en el dolor. La reacción inmediata ha sido pedir el endurecimiento de las penas y la modificación de la ley para anticipar la edad penal. Lo primero que ha dicho Mariano Rajoy al conocer los hechos es que en septiembre va a pedir la revisión de la ley del menor. Y no voy a ser yo el que defienda que hay dejar impunes a los autores de estos hechos. Porque las personas tienen que asumir su responsabilidad y, por consiguiente, tienen que cargar con las consecuencias de sus acciones.
Lo que más me ha sorprendido es oír que alguno de estos chicos no tenía conciencia de que lo que había hecho era una delito. Quien esto decía era un policía que le había tomado declaración a los jóvenes. Es ahí donde veo el problema: en esa falta de conciencia sobre la gravedad del abuso. Creo que se trata de los frutos de un árbol que tiene las raíces podridas. La solución no se encuentra en destruir esos frutos indeseados sino en sanear las raíces. Supongamos, aunque sea mucho suponer, que las amenazas o los castigos amedrentan o disuaden. No es difícil concluir que lo importante, a fin de cuentas, no sería no hacer determinadas cosas sino que no te sorprendan haciéndolas. Lo importante no es la persona sino el castigo.
Continua…
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