A veces se toman decisiones con la mejor intención y sucede que no sólo resultan inútiles sino que se convierten en contraproducentes. Damos por hecho que, por tener el buen deseo de haber hecho bien las cosas, los resultados van a ser los esperados.
En todos los ámbitos de la vida, después de hacer un diagnóstico más o menos riguroso de la situación, tomamos decisiones que consideramos justas y racionales y que luego nos olvidamos de evaluar. Damos por hecho que el buen criterio o la buena voluntad resultarán suficientes. No siempre es así. Los hechos, que son muy tozudos, dicen luego si la decisión fue acertada o equivocada, eficaz o perniciosa. Por eso es necesario analizar, a corto y largo plazo, las consecuencias de las decisiones.
Cuentan que en China se produjo una enorme invasión de ratas. La alarma se hizo mayor al saber que las ratas eran portadoras de una terrible epidemia. La proliferación fue tan grande que el gobierno decidió tomar cartas en el asunto y preparó rápidamente un decreto con la intención de acabar cuanto antes con la plaga. En él se anunció que se premiaría con una cantidad de dinero a todos los que se presentasen en el Ayuntamiento mostrando una rata muerta. Los empleados las recogerían y las quemarían para acabar con el problema. El dinero por cada rata muerta era tan abundante que las ratas, de entes amenazadores y repungantes, se convirtieron en bienes preciados, de manera que las personas las buscaban y las sacrificaban sin descanso.
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