domingo, 5 de abril de 2009

OPINIÃO > Miguel Ángel S. Guerra: «A mi médico»

Me pidieron hace cierto tiempo una intervención para que explicase a los nuevos MIR (Médicos Internos Residentes) qué es lo que les pediría como paciente, como usuario de los servicios sanitarios. Es importante que a los profesionales de la salud, les recordemos de vez en cuando, que el paciente no es una máquina que se avería. Lo saben, pero hay que recordárselo.

Conté a los asistentes un hecho autobiográfico que relata Ferrari en su libro “La fuerza de la bondad”. Dice que fue a ver a su podóloga y que, después de hacerle varias pruebas, la doctora se sentó en su mesa para analizar los resultados. Él se colocó en otra silla delante de la mesa, esperando silencioso y un poco angustiado el diagnóstico. La doctora se enfrascó en el análisis de las pruebas con tanta intensidad que, de pronto, levantó la cabeza y lo vio allí inmóvil y expectante.

- ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí?

- Mire, doctora, yo soy el dueño de ese pie que está analizando.

La podóloga hacía su trabajo concienzudamente, pero se había olvidado del paciente. Tenía delante el problema que debía resolver pero había hecho desaparecer de su corazón y de su mente a la persona que lo padecía.
Expresé en diez demandas mis peticiones, más detenidamente de lo que en este breve artículo puedo hacer.

Escúchame. Sé que no es fácil escuchar, dada la prisa con la que tienes que atenderme. Sólo dispones de unos minutos para estar conmigo. Te espera una larga lista de pacientes. Sé que no es fácil mirar y convertirte en el eco de mi angustia, porque tienes que anotar en el ordenador todo lo que te digo. Y el ordenador se convierte en tu aliado y en mi contrincante. Decía Carl Rogers: “Cuando un ser humano te escucha, estás salvado como persona”.

Compréndeme. Porque, cuando me pongo enfermo tengo angustia, miedo, dolor. No sé qué alcance tiene mi dolencia. Cualquier gesto, cualquier frase, el tono más leve de tu voz tiene para mí un gran significado. Sé que estás habituado a muchos dolores y eso puede hacerte insensible, porque tú no puedes implicarte en cada paciente como si de un familiar se tratase. Pero yo quiero que tengas en cuenta que no sólo soy una enfermedad sino la persona que la padece.

Explícame. Dime con claridad lo que me pasa y qué alcance tiene. Dímelo con palabras inteligibles. Con paciencia incluso. Un diagnóstico severo es demoledor pero si te lo comunica alguien que no tiene sensibilidad te puede destruir también psicológicamente. Si lo que me dices es muy preciso y muy riguroso, pero poco inteligible, me quedaré como estaba, pero con más angustia. No des por supuesto nada. Comprueba que me he enterado. Puede ser que no me atreva a pedir una explicación.

Conóceme. Recuerda mi nombre. Sigue mi trayectoria, ten en tu mente mi historial. Ya sé que ves a muchos, quizás a demasiados pacientes. Pero yo necesito no ser un número. Necesito no ser un extraño y, mucho menos, un incordio. Sé que las condiciones en las que trabajas no son las ideales y que el sueldo que te pagan no es justo para el difícil y arriesgado trabajo que realizas, pero no descargues en mi tu malestar laboral. Conviérteme en tu aliado, no en tu enemigo.

Ayúdame. Sé que tú puedes ayudarme a no caer enfermo, a tener mejor salud. Tú puedes orientarme, decirme lo que tengo que hacer para prevenir males futuros. Tú tarea no es sólo curarme sino ayudarme a que no caiga enfermo. Un consejo tuyo puede ser más decisivo que cien recetas. Ya sé que hay pacientes de todos los colores, pero no es bueno que actúes como si fueras daltónico.

Respétame. Llega a tiempo a la cita. No soy un objeto que no siente o un animal que no entiende. No me hagas esperar. Y si no lo puedes evitar, ofréceme una disculpa. El tiempo es importante para mí como lo es para ti. Y se diría que los relojes que estropean al entrar en los Hospitales y Centros de salud.

Anímame. Puede ser que tengas que darme un diagnóstico severo. No me despaches sin más. Ya sé que no dispones de tiempo para hacer una terapia. Pero no es igual una palabra amable que un gesto displicente. Sabes mejor que yo que la esperanza en la curación es la mitad de la salud. Yo trataré de ser un paciente respetuoso y responsable. Por la cuenta que me trae. Y porque voy a verte no para hacerte perder el tiempo sino porque confío en tu saber y en tu experiencia.

Cúrame. Lo más importante de lo que te pido es que, al fin y a la postre, acabes curándome, si estoy enfermo. Lo cual exige un diagnóstico certero. En el acierto de ese diagnóstico tengo que tener yo una buena parte. Sé lo que me pasa, aunque no conozca su nombre técnico. Sé dónde y cómo me duele, aunque desconozca la etiología. Sé cuándo empezó el dolor y qué es lo que hacía para contraerlo y para evitarlo.

Quiéreme. Me gustaría que yo te importase. Que mi dolor no te fuese indiferente, que mis miedos no te parecieran una ridiculez. Tengo necesidad de saber que lo que me pasa es algo que tiene alguna relevancia para ti, no sólo desde el punto de vista médico sino desde tu condición de persona. Quiero que me cures, pero también necesito que me quieras. Porque no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad.

Sonríeme. ¿Qué te cuesta? Tu seriedad agrava mi problema. No siempre tendrás ganas de sonreír porque, como es lógico, tú también tienes problemas. No siempre estarás de buen humor, porque trabajas entre dolores. Pero es indispensable que cuente con tu con tu empatía, con tu cercanía emocional.

Acabé haciendo una llamada al optimismo en el ejercicio de la sanidad. Un buen médico es el que por la mañana llega a la sala donde se encuentran los pacientes y, con tono jovial, saluda a los presentes: ¿Hola, cómo están todos? El médico pesimista llega a la misma sala y con gesto de sorpresa pregunta: Hola, cómo, ¿están todos?

Fonte: El Adarve

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