Este es el llamativo título de un artículo que publicó hace tiempo Phillipe Perrenoud en un periódico suizo. Me alarmé cuando lo leí aunque, conociendo al famoso sociólogo, pensé de inmediato en el tono incisivo e irónico del aserto.
En efecto, cuando comencé a leer caí rápidamente en la cuenta de las pretensiones del autor. Así comienza el artículo de Perrenoud: “Bin Laden y los terroristas son personas muy instruidas. Como muchos tiranos y fanáticos. Como la mayor parte de quienes organizan el crimen. Como los dirigentes de las multinacionales que juegan con el dinero de los accionistas y se burlan de los usuarios tanto como del bien público. Entre los doce dignatarios nazis que decidieron crear los campos de exterminio más de la mitad tenían un doctorado. Los acontecimientos que agitan el mundo prueban una vez más que un elevado nivel de formación no garantiza nada en el orden de la ética”.
Es decir, que uno puede tener un altísimo nivel de instrucción y ser un perfecto sinvergüenza. Los “pájaros” de la operación Malaya, que tenemos tan cerca, no son tontos, no son analfabetas. Saben mucho. Sabrán burlarse de las justicia, de sus expoliados y de la ciudadanía en general. Saldrán de la cárcel. Disfrutarán del dinero robado. ¿Están bien instruidos? Sí. ¿Están bien educados? No. Porque la educación tiene una inexcusable dimensión ética.
Fueron médicos bien preparados, ingenieros muy bien formados y enfermeras muy capacitas en su oficio los profesionales que diseñaron las cámaras de gas en la Segunda Guerra Mundial. ¿Sabían mucho? Claro que sabían. Se han hecho estudios de lo bien que funcionaban los hornos crematorios. Pero sus víctimas no se alegraron mucho de todo lo que sus verdugos sabían. En mala hora lo habían aprendido.
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